En el siglo XV, vivían en Extremadura, al Oeste de Castilla, numerosas comunidades de judíos y conversos. La expulsión de los judíos de España no extirpó por completo la tradición judía, sino que la vida criptojudía prosiguió en diversos centros de conversos, aunque sin la dirección de líderes y asesores espirituales judíos.
Cuando la Inquisición extendió sus redes por toda España, hubo que fundar un tribunal especial que funcionara en Extremadura en los años ochenta, en Puebla de Alcocer y en Belalcázar.
La institución de la Inquisición fue un duro golpe para los conversos pero, de forma inesperada, hallaron consuelo y esperanza en una niña que, como surgida de las cenizas, apareció con la promesa de la rendición, proclamando que, en marzo del 1.500, vendría el Mesías para redimirlos, llevándolos, como en el Éxodo, a la Tierra Prometida.
Esta niña se llamaba Inés, y su profecía se extendió mucho más allá de los límites de Extremadura, para consuelo del corazón de los conversos que vivían al oeste de la meseta de La Mancha y, hacía el sur, hasta la ciudad de Córdoba.
Inés, hija de Juan Esteban, zapatero y curtidor, nació alrededor de 1.488 en Herrera del Duque, Su madre, cuyo nombre se desconoce, murió cuando Inés era pequeña, y su padre contrajo matrimonio con su segunda esposa, Beatriz Ramírez.
Las visiones y profecías de Inés estaban muy relacionadas con la muerte de su madre, porque la niña afirmaba que la difunta la acompañaba en sus ascensos a los cielos y en sus viajes por el reino celestial. Todo comenzó en el otoño de 1.499, y la niña no fue arrestada por la Inquisición hasta abril del 1.500, por lo menos.
Juan de Segovia uno de sus fieles seguidores, confesó ante el tribunal de la Inquisición que en Septiembre de 1.499, cuando iba de Toledo a Herrera para comprar pieles curtidas, se encontró con otro zapatero llamado Lope Donoso que le habló de la ascensión de Inés a los cielos.
Posteriormente Inés fue arrestada por la Inquisición, la llevaron a Toledo y el tribunal la interrogó entre los meses de mayo y julio del año 1.500.
Los documentos del juicio de Juan de Segovia, habitante de Toledo, entre otros, proporcionan valiosa información sobre la niña profetisa y el importante efecto que produjo en los hombres, mujeres y niños que creyeron en la autenticidad de sus visiones y se esforzaron por cambiar su vida siguiendo su consejo profético.
Por ejemplo, un tejedor de nombre Pedro Fernández, de la población vecina de Chillón, presentó un largo testimonio sobre Inés. Según él, Inés relató que había visto a su madre muerta.
Otra vez, Inés le dijo a Pedro Fernández que se le había aparecido una claridad, que le avisó de la venida de Elías por mandato divino, para predicar a los conversos que debían salir de España hacía una tierra donde encontrarían pan y fruta. Pedro Fernández no fue el único que recibió esta agradable noticia, ya que numerosos conversos y vecinos del pueblo prestaron atención a la niña, como Juan de Segovia.
Estos testimonios de Juan de Segovia y Pedro Fernández de Chillón dan una idea aproximada de las profecías de Inés y de sus sueños, que reflejaban no sólo sus propios pensamientos y aflicciones sino también el ambiente imperante entre los conversos después de la expulsión.
Estas profecías debieron de producir un efecto tremendo en los conversos porque, con un pretexto u otro, muchos de ellos fueron en peregrinación a Herrera para averiguar la verdad acerca de ellas y para hablar con la profetisa en persona.
Muchos de ellos, zapateros y curtidores, fueron a Herrera con el pretexto de comprar piel, pero una vez allí iban a hablar con el zapatero Juan Esteban, que los invitaba a su casa para que conocieran a su hija.
Corría el rumor de que la niña había traído tres regalos del cielo: una espiga, una aceituna y una carta.
Era inevitable que estos acontecimientos provocaran gran conmoción y los conversos comenzaron a ayunar y a respetar los diez mandamientos y los preceptos de la ley de Moisés. Los sábados se ponían sus mejores ropas y dejaban de trabajar, esperando la llegada milagrosa del Mesías.
Todas estas personas creían que muy pronto las conducirían a la Tierra Prometida, con las mismas ropas que llevaban puestas.
Para esos conversos que serían conducidos a la Tierra Prometida, Dios haría descender a la tierra la ciudad maravillosa que había creado para ellos, donde vivirían en gozosa abundancia.
Elvira Núñez, la esposa de Ruy Sánchez, trazo la descripción de la ciudad: veía una ciudad próspera, con las mesas dispuestas y el pan horneado para que lo comiesen los conversos que llegarían hasta allí.
No es extraño que los sueños de abundancia de una población pobre tuvieran gran importancia. Por último, creían que tan majestuoso ágape se serviría cuando llegara el Mesías. Aquí podemos encontrar una alusión al monstruo marino: leviatán, capturado por esas fechas en la costa de Portugal.
El profeta Elías, que anuncia la llegada del Mesías, figura no sólo en los sueños místicos de Inés sino también en las visiones de otra profetisa, una tal Mari Gómez de Chillón, una aldea próxima a Herrera.
Ella también decía que había ascendido al cielo, donde había ángeles y estaba el profeta Elías predicando. Además, el profeta llevaba de la mano a la nieta del patriarca Jacob. Allí vio también a Inés la hija de Juan Esteban, y a otra mujer de Córdoba. Esta profecía es impresionante porque tiene la forma muy parecida a la de un midrash.
En el caso e la profetisa Inés, vale la pena examinar con quienes se paseaba por el jardín del Edén y si entre ellos tenían algo en común.
Como es bien sabido, el profeta Elías subió al cielo en un carro de fuego, al igual que Serach, la nieta del patriarca de Jacob. Lo más notable del relato de esta visión es que demuestra que el conocimiento del midrash seguía vivo en un lugar tan remoto de Extremadura después de la expulsión de los judíos de España.
Este relato es un testimonio único de lo profundamente arraigado que estaba el conocimiento de los principios judíos entre los conversos, como consecuencias de su educación judía.
Los conversos creían firmemente en su redención inmediata e imaginaban para si mismos una vida futura de dicha y abundancia. El caso de Fernando de Belalcázar. residente en Herrera, demuestra lo firme que era esta convicción en el corazón de los conversos.
Parece que Fernando de Belalcázar, había ido a Siruela para transmitir a los conversos de aquella comunidad la noticia de que Inés había estado en la Tierra Prometida y había regresado con los claveles y un manojo de alcacer.
El alcacer es la parte verde de la cebada que se utiliza como forraje para el ganado en Extremadura. Puede que la relación de esta planta en particular con los animales domésticos, contribuyera a popularizar la imagen de Inés como pastora que no abandonaría a su rebaño de conversos.
Los documentos del juicio de otro converso, Rodrigo Cordón de Siruela, proporcionan la fecha de la redención esperada: se creía que tendría lugar en marzo del 1.500. El ángel anunciador tenía que aparecer el ocho de marzo, y al día siguiente todos estarían en camino.
Esto ocurriría porque, como revelaban los testimonios, la fecha significaba un milenio y medio milenio, en el cálculo de la venida del Mesías. Con la llegada del Mesías habría un perdón general para este pueblo de conversos, por haber pecado cuando los obligaban a vivir como cristianos; a pesar de sus pecados, el Mesías tendría gran compasión de sus sufrimientos y también ellos irían a la Tierra Prometida. La palabra pueblo tenía un significado especial para los conversos, porque los vinculaba con la tradición del pueblo elegido.
Otra declaración que se hizo en el juicio de Rodrigo Cordón indica que Inés les dijo a los conversos que el propio Dios los conduciría a la Tierra Prometida y que todos tendrían que ir, quisieran o no.
Un lunes, una voz celestial anunciaría la llegada del Mesías, y el jueves siguiente, todos irían a la Tierra Prometida. Pero tendrían que atravesar un río, en el cual deberían dejar atrás todas las joyas que tuvieran para cruzarlo vestidos sólo con prendas blancas.
Este testimonio sugiere, una vez más, un profundo conocimiento de la Biblia por parte de los conversos, en este caso de la historia del éxodo de Egipto, que de este modo proporciona autoridad bíblica al cruce previsto del río hacia la Tierra Prometida. Según Rodrigo Cordón, el día anterior a la llegada del Mesías y la partida de los conversos hacía la Tierra Prometida.
En opinión de Rodrigo Cordón, el día anterior a la llegada del Mesías y la partida de los conversos hacía la Tierra Prometida se producirá una pelea entre dos frailes, en la cual uno de ellos representaría a la fe cristiana mientras que el otro, que saldría victorioso, defendería la fe judía. Esta disputa ilusoria reflejaba con gran intensidad las esperanzas de los judíos en España.
Abundantes signos del cielo confirmaron a los conversos la verdad de su expectativa. Rodrigo Cordón le dijo al converso Diego García de Siruela, que un ángel luminoso en todo su esplendor permaneció sobre una cama en casa de su vecino sin pronunciar una palabra.
Allí y en Talarrubias solían reunirse los conversos ataviados con sus mejores ropas, para mirar el cielo en busca de señales de la llegada del Mesías. Muchos soñaban que habían visto estrellas en el cielo durante el día.
Hubo meses de excitación y conmoción en las aldeas y los lugares de Extremadura donde residían los conversos, ya que cada persona trataba de vivir de acuerdo con los preceptos de la ley mosaica, en la medida de lo posible.
Sin duda, sus acciones llamaron la atención de la Inquisición y muchos de ellos fueron arrestados y llevados a juicio, mientras que otros consiguieron huir a Portugal haciendo añicos sus esperanzas de rendición.
Pero no fueron hombres y mujeres los únicos conversos que creyeron en las profecías de Inés. Muchos niños se sumaron al movimiento que ella creó con la esperanza de ser conducidos a la Tierra Prometida, donde miles de jóvenes esperaban a las doncellas conversas para casarse.
Su juventud no les protegió de la Inquisición y, al igual que sus mayores, niños y niñas fueron arrestados y llevados ante el tribunal de la Inquisición de Toledo para interrogarlos.
Una de ellas fue Inés García Jiménez, arrestada el treinta de septiembre del 1500, aunque tuvo que esperar hasta el ocho de marzo de 1501 para que se le designara un tutor, porque sólo tenía nueve años. Esta Inés es la tercera hija de Marcos García, un herrero de Puebla de Alcocer, y de su esposa, Leonor Jiménez.
Su padre fue testigo de cargo en el juicio de otro Marcos García, un tintorero de Herrera que leía libros a los conversos, probablemente la Biblia y tal vez otras obras.
Esta niña ayunaba con sus hermanas y juntas esperaban la llegada del Mesías. Siguiendo las instrucciones de su tutor, Inés confeso y el dieciséis de marzo la sentenciaron: la condenaron a hacer penitencia y a participar en un auto de fe, y después la entregaron a una familia muy cristiana para que la reeducara.
Otro joven seguidor de la profetisa Inés fue Rodrigo, hijo de Juan López, cuya edad en el momento de su arresto y juicio en 1500 se desconoce. Rodrigo confesó que había ayunado porque Inés se lo ordenó.
Dijo al tribunal que el zapatero López Sánchez, esposo de Elvira González, de Puerto Peña, lo había convencido de que Inés realmente había ido al cielo y que le prometieron que su difunta madre resucitaría si él ayunaba. Rodrigo obedeció la orden de Inés de que ayunara, y también se unió al grupo que buscaba en el cielo la señal del Mesías. Los jueces aceptaron la confesión del niño, pero de todos modos lo condenaron a prisión perpetua.
El tercer niño, también de Puebla de Alcocer, se llamaba Juan González, hijo de Juan González Crespo. Su hermano mayor, Alvar Gonzáles, lo convenció para que creyera en Inés cuando iban hacía Herrera a comprar pieles cerca de la Navidad de 1499.
Alvar González, le contó la ascensión de Inés al cielo y le dijo que allí se había encontrado con un ángel. Después de permanecer un tiempo en Herrera, regresó a Puebla de Alcocer y comenzó a obedecer la mitzvah, a respetar el sábado, a ponerse una camisa limpia ese día y a comer matzá durante la Pascua.
El niño huyó después de los primeros arrestos efectuados por la Inquisición en Herrera, pero luego regresó y entonces lo arrestaron y juzgaron. El cuatro de marzo de 1501 lo pusieron bajo la tutela de Diego Téllez, el famoso letrado que defendió a numerosos conversos en Toledo.
Fue él quien convenció al niño para que confesara. La consulta de fe se reunió el doce de marzo de 1501 y decidió volver a aceptarlo en el seno de la Iglesia, obligándolo a hacer penitencia.
Mientras que estos niños se vincularon con Inés fundamentalmente por imitar lo que hacían sus padres y los adultos que vivían en sus casas, los de la aldea natal de la profetisa de Herrera tuvieron una participación más inmediata en la excitación que generaron Inés y sus visiones.
Se reunían en torno a ella, a jugar, cantar y bailar. Rodrigo que testificó de estos juegos, cantos y danzas, era hijo del herrero Fernando Sánchez y de su esposa María García; en la primera hoja de los documentos de su juicio figura la sentencia de la Inquisición: hacer un abjurar de vehementi y prisión perpetua.
Beatriz era huérfana, porque su madre murió siendo ella muy niña; la entregaron al secretario Luís de Toledo y su esposa Juana García para que la educaran, trabajara y viviera con ellos. Beatriz era familiar de Inés y en la época de sus profecías tenía unos quince o dieciséis años. Inés le prometió que se reuniría con su madre muerta en la Tierra Prometida.
También le enseñó los principios de la ley mosaica y los ritos y preceptos judíos. Tras su arresto, Diego Téllez fue su letrado y volvieron a admitirla en la Iglesia, probablemente después de abjurar y hacer penitencia.
Otras cuatro niñas de Herrera con edades comprendidas entres los diez y los trece años, fueron juzgadas por seguir los principios de la profetisa: Isabel, hija de Rodrigo de Villanueva y de Isabel de la Fuente, Isabel Bichancho y González. El caso de Isabel llama la atención porque fue su propia madre quien la denunció a la Inquisición.
Lo mismo ocurrió con la otra familiar y amiga íntima de Inés, Beatriz, hija de Rodrigo de Villanueva. Es posible que las dos niñas se hicieran más amigas por compartir el sueño de encontrar un novio en la Tierra Prometida entre los jóvenes que esperaban a las novias conversas. Sin duda, casarse era un deseo que las niñas acariciaban pero que sabía que no se cumpliría mientras estuvieran en España.
La otra Isabel no era más que una niña de apenas diez años, cuando fue denunciada por una de las seguidoras de la propia Inés, Inés López, y fue arrestada el cinco de enero de 1501. Como las otras dos niñas, esta Isabel fue aceptada otra vez en la Iglesia,y tuvo más suerte que Beatriz Alonso que, con trece años, era la mayor del grupo.
Tal vez, los inquisidores fueran más severos con esta Beatriz porque sus padres que se encontraban entre los seguidores más fervientes de Inés, para salvarse habían huido a Portugal abandonando a su hija.
A instancias de sus padres, Beatriz se afianzó en sus convicciones y se comprometió más con las prácticas judaizantes. La niña incluso tuvo sus propias visiones. Alegando en su defensa que la niña había sido abandonada, Diego Téllez la salvó de la hoguera, pero no de la sentencia perpetua.
La profetisa que en su miseria consiguió infundir esperanza en el corazón de los conversos, primero en Herrera del Duque, su pueblo natal, y después en muchos pueblos, aldeas y localidades.
Tras la expulsión de los judíos de España, lo único que les quedó a los miembros de la comunidad de conversos que permaneció en el país fue cultivar una esperanza de redención con la llegada del Mesías, que los conducirá a la Tierra Prometida.
Pero la niña que infundió esperanza en el corazón de los conversos no vio documentos del juicio de Juan González, de fecha tres de agosto del 1500, antes de ese día la hija de Juan Esteban, la niña profetisa de Herrera, había muerto en la hoguera.
Fuente: Fermín Mayorga
0 Comments:
Publicar un comentario